El viaje final de los condenados

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Pienso en ello y entonces me siento como si fuera mi peor pesadilla.

Voy en un vehículo oficial, atado de manos y pies, como “huésped” del sistema penal, regresando al campamento correccional luego de un día inmerso en un proceso judicial.  Afuera, se produce un aguacero intenso, de esos aguaceros inclementes que algunos de nuestros ciclones tropicales tienden a dejarnos como “souvenir”.  El conductor del vehículo, un guardia penal, ve que las aguas se están apropiando de la carretera, pero parece que ha decidido, “por sus…pantalones”, que va a cruzar el área del desborde, confiado en que lo podrá cruzar.  Total, si el vehículo ya casi está llegando a la entrada del campamento penal, ya casi está “ahí al lado”.

Y ahí es que viene el desastre.  Un golpe de agua que llega justo en el momento en que el conductor trata de hacer cruzar el vehículo.  Y ése no es precisamente el momento para no recordar algo que debió haber escuchado en sus clases de ciencia en la escuela superior—digo, si no “cortó clases” ese día:

“In a flood, two feet (61 cm) of water can move with enough force to wash a car away…

“Flood waters are more dangerous because they can apply much more pressure than an ordinary river or a calm sea. This is due to the massive differences in water volume that exist during many floods…. The bigger the difference between water volumes across an area, the greater the force of movement.  But at a particular point, the water doesn’t look so deep, and so doesn’t seem particularly dangerous—until it’s too late….

“The most dangerous floods are flash floods, which are caused by a sudden, intense accumulation of water.  Flash floods hit an area soon after water begins to accumulate (whether from excessive rain or another cause), so a lot of the time, people don’t see them coming….  Flash floods can be particularly devastating when a heavy thunderstorm dumps a high volume of rain on a mountain.  The water moves down the mountain at tremendous speed, plowing through anything in the valleys below.”

([Traducido a mi manera]: Durante una inundación, una masa de agua de dos pies de profundidad se mueve con fuerza suficiente para desplazar un automóvil.  El peligro de las aguas de inundación reside en que aplican una mayor presión que la de un río común y corriente o un mar en calma, debido a las enormes diferencias de volumen entre las masas de agua en un mismo río.  Así, mientras mayor sea esa diferencia, mayor será fuerza con la que empuja el agua.  Pero en algún punto, el agua se ve llanita y no muy peligrosa… ¡hasta que ya es tarde para evitar el peligro!  Por otra parte, aún más peligrosa es la inundación repentina, causada por la acumulación súbita e intensa de agua, por las lluvias o por otras causas, por lo que muchas veces eso es algo que, como quien dice, “no se veía venir”.  La inundación repentina puede ser particularmente devastadora cuando una tronada fuerte suelta una cantidad enorme de lluvias sobre las montañas.  El agua se mueve entonces montaña abajo a una tremenda velocidad, para barrer con todo lo que encontrará a su paso en los valles aguas abajo.)

(Citado de la página 4 de «How Floods Work», por Tom Harris, en HowStuffWorks.com, 7 de junio de 2001.)

Pero no, no hay tiempo de pensar en eso, especialmente cuando él ve que su vehículo es arrastrado por la corriente fuerte y súbita, como empujar un sillón para cambiarlo de lugar en la sala de estar.  Arrastrado hasta que se detiene a un lado del camino, casi sepultado debajo de las aguas embravecidas.  Y tiene que buscar la manera de salir de allí.  Sí, él y el guardia correccional que lo acompaña para asegurarse de que al cargamento humano que lleva, no se le ocurra buscar la libertad en un descuido.

Y ambos logran salir del vehículo ahora incapacitado.  Pero… ¿y qué hay de los confinados?  ¿Y qué hay de mí, que estoy atrapado aquí adentro, que estoy entrando en pánico, mientras veo que el interior del vehículo se llena de agua?  ¿Qué es, que acaso estamos pensando en aprovechar el desastre que se nos viene encima para darnos a la fuga, en caso de que alguien más se apiade y venga a rescatarnos a los que estamos adentro?  Porque a la vez que el agua se está alzando dentro del vehículo convertido en cámara mortuoria, varios vecinos valientes se están ofreciendo para ayudarnos a salir.  Pero los dos guardias penales rechazan los esfuerzos ofrecidos—tal vez por ignorancia, o por insensibilidad, o por apego a una reglamentación que les obliga a retener a los confinados bajo cadenas, aun en una situación en la que las vidas de confinados y custodios corren un peligro inminente.  Total, qué más da que muera un confinado en medio de un desastre inminente… ¡lo importante es que no se fuguen!  Y PUNTO.

Mientras tanto, grito y grito para que me ayuden a salir… hasta que ya no me queda un grito más que exhalar.

Amigas y amigos, mi gente, créanme que no es nada fácil para mí imaginar—a la vez que lo voy escribiendo aquí—lo que pasaron en sus últimos minutos de vida los ocho confinados que murieron a comienzos de esta semana, mientras eran transferidos (junto con otros dos que sobrevivieron ulteriormente) al campamento correccional Sabana Hoyos de Arecibo.  Hombres que por más que se diga que estaban pagando sus deudas con la sociedad—con excepción de por lo menos uno que habría sido hallado no culpable del delito que se le habría imputado, y que tal vez estaría pensando en lo primero que haría a su regreso a la libre comunidad—, no tenían que morir de la manera tan cruel en la que murieron.  Sobre todo, no tenían por qué ser víctimas del atrevimiento e insensibilidad de los guardias correccionales que los custodiaban en ese fatídico viaje.  Guardias que ciertamente fallaron en actuar de manera responsable, aunque actuar responsablemente les costara tardar más tiempo y gastar más combustible, al desandar el camino ya andado y rodear por alguna ruta alterna.  Total, se dice que Puerto Rico es el país con la mayor cantidad de carreteras por milla cuadrada en el mundo.*  Así que… ¡por aquí, que es camino!

Pero no.  Prefirieron retar la suerte.  Y cuando la suerte les falló, prefirieron anteponer sus propias vidas a las de los confinados que llevaban en su custodia, como si la vida de un confinado valiera menos que nada.

Apostaron a que podían vencer a la naturaleza.  Pero la naturaleza los venció.  Y las consecuencias de esa jugarreta no podían ser más lamentables.


* Sólo una pequeña crítica constructiva: Parece que da mucho trabajo calcular y proveer el dato de cuántas millas de carretera (preferiblemente carreteras pavimentadas, incluidas las autopistas) hay por milla cuadrada en Puerto Rico, a juzgar por que muchos de los sitios en los que busqué en la Internet repiten esa frase (“Puerto Rico es el país con la mayor cantidad de carreteras por milla cuadrada en el mundo”), pero no aportan el dato numérico en concreto.


LDB

2 comentarios sobre “El viaje final de los condenados

    1. ¡Exactamente, Kofla! Yo me imagino que como creo que pasó en el caso de Arecibo, lo hacen más por exceso de confianza que por otra razón. Esa gente cree que puede cruzar un río inundado fácilmente, como si la masa de agua no tuviera la fuerza que describe el artículo que cité—aunque habría que ver cuán consciente de eso está la gente. Pero así están las cosas. Y si después resulta que no pudieron vencer el golpe de agua… ¡que no se quejen después! (Total, que ni el chance de eso van a tener.) Como siempre, gracias por tu visita, Kofla. Hasta la próxima.

      LDB

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