Responsabilidad. Consecuencias.
Amigas y amigos, mi gente: se habrán fijado que una gran parte de las entradas de este blog llevan una etiqueta o la otra, mayormente ambas a la vez. Para mí, la idea es ésta: muchas de las cosas que ocurren en el mundo en el que vivimos, muchos de esos “absurdos sin fin” de los que escribió Pirandello como que no tienen que ser plausibles porque son ciertos, se deben a que alguien, en algún punto en la cadena no asumió su responsabilidad. Y muchos de los absurdos sin fin que suceden a diario, sea en Puerto Rico o donde sea, ocurren debido a que alguien no asumió su cuota de responsabilidad (ya sea la responsabilidad que tenemos con nosotros mismos, con nuestros familiares, amigos, vecinos y demás) y permitió que las cosas llegaran al punto en el que—al fin y al cabo—tod@s tenemos que asumir las consecuencias de lo ocurrido. Y ese es un punto del que nadie puede escaparse. Lo mismo da que no cuidemos de nuestras posesiones personales a que no cuidemos del medioambiente de este único planeta en el que nos ha tocado vivir: si no cumplimos con nuestra responsabilidad, tendremos que atenernos a las consecuencias.
Últimamente, esas mismas palabras—responsabilidad, consecuencias—se repiten una y otra vez en mi mente mientras conduzco hacia mi trabajo cada mañana durante la semana. Y se repiten una y otra vez, luego de que ocurren situaciones que dejan demostrado lo que expongo en el párrafo anterior. Como el anuncio de quienes hoy están en el poder sobre la crisis en el sistema de retiro de los empleados públicos (excluyentes de la policía y de los maestros; por lo menos los segundos tienen su sistema de retiro aparte). Una crisis que resulta de años décadas de malos manejos y pretensiones de lucro por parte de quienes tenían la responsabilidad de custodiar los dineros descontados del sueldo de quienes tienen que levantarse tenemos que levantarnos bien temprano en la mañana para proveer los servicios gubernamentales a los ciudadanos. Responsabilidad que quienes la tuvieron no la cumplieron a cabalidad, al punto de que se tiene el temor de que dentro de pocos años, ese sistema no pueda contar con los fondos para asegurar una existencia digna a quienes todavía vamos en camino hacia la meta del retiro (incluido quien les escribe, a quien aún le falta mucho camino por recorrer… pero ya yo llegaré). Y esa es una consecuencia que podría ser grave—y que tal vez no sea la única, como vimos no hace mucho, cuando se nos impuso una “medicina amarga” para tratar de remediar nuestros males.
Otra situación que muestra lo que vale ejercer la responsabilidad en el momento oportuno es la agresión de la que fue objeto una estudiante de una escuela superior en Ponce—un nivel educativo notoriamente difícil de encauzar, porque se trata de niños que están en esa transición hacia la adultez que llamamos “adolescencia”—por parte de otra estudiante que la estaba acosando, por las razones que fuesen, mientras que la hermana de la agresora incitaba a ésta para que le hiciera daño. Todo esto, grabado en vídeo mediante un teléfono celular “inteligente” para ser subido a la página de Facebook de la agresora—así, para que quede a la vista de (literalmente) todo el mundo de lo que ella es capaz, que con ella nadie se debe meter, que ella es quien manda. Y aquí me parece que hay mucha culpa para repartir, muchas responsabilidades que se evadieron. Particularmente la de los padres de la agresora y de su hermana la “videógrafa”, que presuntamente no impusieron la debida disciplina a las dos niñas para evitar una consecuencia como ésta. (Y que conste, que no me estoy refiriendo a tratar a ambas niñas de forma restrictiva, que las ahogue; eso sería extremo, aunque también lo sería una crianza demasiado liberal y permisiva, que me sospecho que sería el caso aquí.) Aunque también las autoridades del sistema escolar también tienen su cuota de falta de responsabilidad, al no ser más vigilantes en cuanto a la conducta de sus estudiantes (aun si la excusa es que no tienen suficiente presupuesto o suficientes recursos), para evitar que como consecuencia, esa conducta se la vaya de las manos.
Por lo menos en este otro caso, se procedió a detener a las dos agresoras (porque tan culpable es la que fomentó la agresión como la que propinó los golpes, ¿no es así?) y a recluirlas en un centro de detención para menores, tal vez con la esperanza de que al verse privadas de su libertad, las dos jovencitas “recapaciten” y aprendan la lección resultante de lo ocurrido. No digo que no pueda hacerse, que no se puedan rehabilitar, siempre que nos hagamos a la idea de que ellas puedan entender y asimilar su cuota de la responsabilidad por el lamentable incidente y entiendan que esa conducta trae consecuencias no muy agradables para su futuro. Por supuesto, también está la posibilidad de que otra sea la consecuencia, que tal vez no accedan a rehabilitarse y a mostrar arrepentimiento por causarle daño a otra persona y en un futuro repitan ese patrón de conducta. Tal vez agredirán a alguna de sus amistades, o a un vecino, o a sus propios familiares, o hasta a sus propios hij@s. (Y no hace falta ir muy lejos para ver en las calles a madres o padres que—tal vez por que les frustra la idea de ser madres o padres—descargan sus frustraciones en sus hij@s, aun donde todo el mundo lo puede ver. Y ahí empieza de nuevo el ciclo de falta de una paternidad-maternidad responsable y una consecuencias que se verán en los hij@s… y vuelve a empezar… y empieza una vez más…)
Por supuesto, son muchos más los casos en los que la falta de responsabilidad, o más bien, no asumir la cuota de responsabilidad que nos corresponde, lleva a consecuencias que afectan vidas, desde las que apenas están en formación hasta las de quienes han experimentado todo lo que la vida ofrece. Y en algunos de esos casos, puede ser que quien no actuó responsablemente cuando le tocó hacer su parte, quien cometió esa falta de responsabilidad, ni se inmute ante el cuadro que tiene ante sí. Tal vez ni le importe, tal vez se diga a sí mism@, “el que venga atrás, que arree” o “la última deuda la paga el diablo”.
Y tanto puede ser que no sufra las consecuencias de esa irresponsabilidad, como que las sufra. Yo prefiero creer que ocurrirá lo segundo—y personalmente, aspiro a que sea así.
(Y por supuesto, pueden estar seguros de que esta entrada llevará ambas etiquetas: responsabilidad y consecuencias.)
¡Y vamos a dejarlo ahí! Cuídense mucho y pórtense bien.
ACTUALIZACIÓN (18 de marzo de 2013): Lo que hace el escribir con el interés de terminar lo más rápido posible antes de irme a dormir. Pero antes de que a mí se me olvide y después venga alguien a echarme en cara cuánto yo hablo de no olvidarnos de las víctimas de delitos u otros actos, no quisiera pasar por alto el efecto de este lamentable incidente en la persona de la niña que lo tuvo que vivir.
Hasta donde tengo entendido, la niña no tenía planeado salir a ser víctima de un incidente violento ese día en su escuela. (Y eso me recuerda un planteamiento que alguien hizo en mi oficina la semana pasada: «nadie sale de su casa por la mañana a que lo maten en el camino al trabajo».) Y sin embargo, fue el objeto de la ira de una compañera de escuela cuya conducta fue muy poco responsable totalmente irresponsable. Una conducta que no sólo traerá consecuencias nefastas para la agresora y su hermana instigadora—como ya mencioné en el cuerpo principal de esta entrada—, sino que también traerá consecuencias lamentables para su víctima de la agresión. Tal vez las mismas se manifiestan de inmediato, como el temor de regresar al mismo lugar donde ocurrió la agresión, o el temor a hacerse de amistades a lo largo de su vida futura, o el temor a enfrentar los retos futuros que la vida le pondrá. Tal vez la agresora siga aferrada a su odio (algo que me asombró muchísimo cuando lo leí en este testimonio de una bloguera que en su tiempo estudiantil fue víctima de acoso («bullying«) escolar—aunque tal vez no me debería sorprender, porque hay personas a quienes el odio es su medio de vida, la energía tóxica que las mueve, que forma parte de su 24/7) y quiera emprenderla de nuevo, en esa ilusión de tiempo que expresamos con la frase, «algún día».
Desearía poderme equivocar en lo que acabo de escribir, pero con esto recalco que la falta de responsabilidad tiene consecuencias, no sólo para quien falla al no asumir su responsabilidad, sino para quien cae víctima de esa inacción. Sólo el tiempo dirá si estoy en lo correcto.
LDB