¡Qué tal, mi gente!
No debe haber duda alguna. El fin de semana pasado se convirtió en “el final de una era” (otro de esos clisés que me ponen grave, pero ahí va) en la política puertorriqueña con el deceso del alcalde de Caguas, William Miranda Marín, la mañana del viernes 4 de junio de 2010. “Don Willie”, como muchos de sus conciudadanos lo llamaban, sucumbió en su batalla contra el cáncer del páncreas que se le había diagnosticado en septiembre pasado.
Sin embargo, no quiso irse sin hacerse sentir, al dejar una serie de obras de beneficio para los cagüeños (que para beneficio de quienes me leen en América Latina y España, es el gentilicio de los nacidos en y residentes de Caguas, ciudad a unos 13 kilómetros al oeste de mi lugar de residencia), así como una expresión de que la actual fórmula para la relación política con los Estados Unidos de América del Norte ya rindió su vida útil y necesita evolucionar hacia un mayor desarrollo de los poderes soberanos de los que carece actualmente.
Y lo mejor de todo fue que él hiciera esa expresión apenas en febrero de este año (2010), durante la conmemoración del natalicio del fundador de la misma fórmula política que criticó, Luis Muñoz Marín (1898–1980). Tal vez él pensó que no tenía nada que perder, ante la inminencia de su muerte, y decidió “bailar en la casa del trompo” y poner el dedo en la llaga, llamando la atención a los miembros de su partido político (el Partido Popular Democrático, PPD) para buscar la manera de evolucionar en su ideología y llevar a Puerto Rico hacia el futuro, en lugar de quedarse estancado en el pasado.
(Digo, yo que no comulgo personalmente con la ideología que él representaba en vida, es así como interpreto su sentir. Si me equivoco, ya saben a dónde escribirme…)
Yo me imagino que en estos últimos meses, Miranda Marín habrá comprendido un poco mejor lo que es la muerte, eso de trascender el cuerpo físico para ascender a un plano espiritual más elevado, suponiendo que esta visión sobre la muerte esté en lo correcto (y espero que quienes no crean en esas cosas me disculpen, pero ése es mi sentir sobre el tema). A lo mejor, él llegó a comprender una de las lecciones que da la vida cuando ésta amenaza con terminarse, la lección de la rendición.
“¿Cómo nos rendimos? ¿Cómo dejamos de pelear? Es como terminar una lucha de cuerda (‘tug-of-war’)—simplemente, dejamos ir. Dejamos ir nuestra manera de hacer las cosas. Aprendemos a confiar en Dios, en el universo, al empezar, por primera vez en nuestras vidas, a descansar.
“Al dejar ir, soltamos nuestros retratos mentales de cómo deberían resultar las cosas y aceptar lo que el universo nos trae. Aceptamos que no sabemos en realidad cómo deben ser las cosas. Los moribundos aprenden esto mientras reflexionan sobre sus vidas…. Por eso tenemos que dejar ir el querer saber hacia dónde la vida nos llevará, debemos dejar de insistir en que siempre sabemos lo que es correcto y debemos dejar de tratar de controlar lo incontrolable. Esas veces en las que creíamos que sabíamos absolutamente qué era lo mejor, estábamos peleando contra ilusiones. Nunca hemos sabido, y nunca sabremos.”
(Traducido y adaptado de: Life Lessons, por Elizabeth Kübler-Ross y David Kessler, New York: Scribner, 2000. Y aquí el énfasis es mío, con toda intención, como siempre.)
Me pregunto si ésta es una lección que muchos de quienes quedan aquí en este valle de lágrimas aprenderán algún día, aunque como están las cosas, tal vez ni les importe eso. Total, si ha habido quien no ha esperado a que las cenizas del difunto se enfríen—porque, si entiendo bien, su última voluntad fue que lo cremaran—para empezar a hacer campaña para ocupar la silla que hoy queda huérfana, para luego asumir un martirologio que le queda demasiado grande, con cara de “yo no fui”. Y hasta se habla de postular a uno de los hijos del difunto para la poltrona municipal hoy vacía.
Francamente, yo no sé, pero me parece que eso es no dejar ir la ambición, el poder, el deseo de aparecer ante los demás—ante el resto del mundo—como el que siempre sabe lo que es correcto, como el que puede controlar lo incontrolable. Ciertamente, eso es hacer leña de un árbol fuerte que recién acaba de caer. Y tal vez, cuando a gente como ésa le llegue el momento de aprender esa lección—porque queramos o no, todos tendremos que recibir esa lección a su debido tiempo—, será algo tarde para dejar ir. Pero así es la gente, y así son las cosas…
¡Y vamos a dejarlo ahí! Cuídense mucho y pórtense bien. Nos vemos en la próxima… si es que el Mundial de Balompié de Sudáfrica no me saca de tiempo, ¿OK?
LDB