(sol-sol-sol-sol-sol)
Se equivocaron
Los mayas
Se equivocaban
Se equivocaban…(Entónese como si fueran las primeras estrofas de “Se equivocó la paloma” [1941], del poeta español Rafael Alberti [1902–1999], con música del compositor argentino Carlos Gustavino [1912–2000].)
¡Adió’! ¿Todavía están por aquí? Si es así, son somos más que afortunados de que el mundo no hubiera llegado a su final, como lo decía supuestamente la profecía de los Mayas, al llegar al final de su calendario de piedra (en fecha equivalente al 21 de diciembre de 2012).
(Aunque acá entre nos, mi sospecha es que los Mayas pudieron haber seguido construyendo su calendario… de no haber sido porque su suplidor ya se había ido a la quiebra y no encontraron otro que les supliera más piedra. ¿Y solicitar ellos mismos un permiso de extracción de materiales de la corteza terrestre para eso? ¡No, hombre, no! ¡Pero allá Juana con sus pollos!)
Por supuesto, los Mayas no han sido los únicos que fallaron en vaticinar el fin del mundo—aunque afortunadamente para todos nosotros, no contaban con muchos de los adelantos tecnológicos que algunas personas mal utilizan hoy en día para tratar de crear influencia en torno a sus descabelladas ideas. O dicho en “palabras finas”: manipular a todo un montón de incautos. (Y no hay que ir muy lejos: exhibit 408, exhibit 728.)
Pero bueno, ya basta de ese desahogo. Vamos a lo que vinimos hoy: a despedirnos del año 2012. Un año que tal vez debería compartir el título de la entrada que escribí hace exactamente un año en este blog, por las cosas difíciles que ocurrieron y que lo caracterizaron. Y si vamos a ver, el 2012 fue—para sorpresa de nadie—una copia del 2011.
La violencia siguió su paso avasallador, ensañándose contra quien se la encuentre, ya sea que se lo proponga o que no. Violencia que como lo refleja el Inventario de Estadísticas: Delitos Tipo I, del Instituto de Estadísticas de Puerto Rico, hasta noviembre de 2012 (último mes para el cual las estadísticas estaban disponibles mientras escribo esto) tenía en su haber 871 asesinatos y muertes violentas (y aun si fueron un 17% menos que las 1050 de la misma fecha en 2011, no dejan de ser demasiadas), fácilmente cerca de llegar a las 1000 para cuando caiga el 2012. Peor aún, nuestros niños y jóvenes siguen siendo las víctimas más frecuentes, desde quienes esperan con emoción las primeras luces del año (como en el trágico caso de la quinceañera Karla Michelle Negrón Vélez), hasta los más inocentes que no tienen culpa de la irresponsabilidad de quienes se supone que los cuiden (como la madre que hace unos días fue arrestada por sofocar a su bebé de poco tiempo de nacido y guardarlo en un congelador). Pero no son solamente los niños: también están las mujeres que sufren las consecuencias de la violencia con las que las trata su pareja, mientras que el mismo Estado que juró un día proteger a sus ciudadanos “contra todo enemigo interno y externo” les falla. Esa misma violencia que, gústele a quien le guste, se la debe llamar como lo que es: violencia de género. No “doméstica”, no “pasional”. VIOLENCIA DE GÉNERO. Así de simple y sencillo.
Para colmo de males, no se salva nadie: ni los pobres a los que la sociedad ha relegado para que “se maten ellos mismos” (y ciertamente hay bastante culpa para compartir), ni figuras de mayor reconocimiento y de quienes menos se espera que sufran un desenlace violento, como el de Héctor “Macho” Camacho, o el de la Sra. Carmen Paredes, cuyo esposo (Carlos Casellas—hijo del juez del Tribunal de los EE.UU. en Puerto Rico, Salvador Casellas) es el principal sospechoso de su muerte). Así que “no hay de otra”: seas rico o pobre, conocido o desconocido, doctorado magna cum laude o analfabeta, te llega la hora sin querer, sin que te des cuenta. PUNTO.
(Y ni hablar de las matanzas ocurridas este año en los EE.UU., entre las cuales nos toca muy de cerca la de la Escuela Elemental de Sandy Hook en Newtown, CT, en la que a 12 niñas—una de ellas, de ascendencia boricua—y ocho varoncitos entre 6 y 7 años de edad y seis mujeres—una de ellas, la heroica maestra Victoria Soto, de 27 años, de padres oriundos de Bayamón—también les llegó su hora sin querer, sin que hubiese necesidad para ello. Y todo en medio de una cultura que glorifica las armas de fuego, al punto de justificarlas casi como si fuese un derecho divino, un rasgo distintivo del “buen americano”. Y es triste decirlo, pero ésa es la realidad, gústele a quien le guste.)
¿Y la Policía de Puerto Rico? Digo, ya sea que esta pregunta se refiera a la agencia del orden público que no ha sido capaz de detener esa ola criminal, o a la que parece ser más efectiva como instrumento para adelantar agendas políticas—y que mientras escribo esto está tratando de zafarse de una demanda judicial presentada por el Departamento de Justicia de los EE.UU. por violaciones a los derechos civiles de los ciudadanos—, la respuesta es la misma: ¡bien, gracias!
Pero además, el 2012 fue un año en el que los políticos puertorriqueños hicieron galas de por qué no deben considerarse dignos representantes de lo que se concibió en la antigüedad grecorromana como un noble oficio. Por ser un año de elecciones, se empeñaron en usar cuanto truco se les ocurrió para tratar de ganarse la confianza de un electorado que vivía en un mundo real—una realidad de la que estaban enajenados sus propios líderes. Desde entrometerse en la vida personal e íntima de sus opositores para sacarlos de carrera, pasando por descarados intentos de burlar las leyes electorales mediante el voto de electores “mudados” expresamente para favorecer el candidato impulsado por un alcalde influyente, hasta la práctica—que much@s creíamos que era cosa del pasado (los 1920s, 30s, 40s, etc.)—de regalos a cambio de votos, y en el proceso, tratar de dar la impresión de que son mejores puertorriqueños que nadie—aunque ese mismo “nadie” se lo crea, especialmente cuando se dejan ver como son en realidad, llenos de odio y de prejuicios… ¡y hasta sacando el dedo para burlarse de todos nosotros!
(Y a éstos no sería a los únicos a quienes yo les tomaría con pinzas esa “puertorriqueñidad” que tratan de demostrar, pero ese ya es otro tema).
Y también fue el año en el que el impacto de esa realidad fue contundente en quienes quisieron hacerse a la idea de que la misma no existía. Y esa realidad llevó al electorado a rechazar que se manipulara el constitucionalmente reconocido derecho de todo ciudadano—aún aquéllos que por lo demás no lo merecen, y ustedes saben de lo que eso se trata—a estar libre bajo fianza mientras se ventila su caso, y a que se manipulara la composición de la Asamblea Legislativa, sin que eso representara un juicio sobre la calidad de los legisladores. Pero más allá de eso, llevó al electorado a derrotar las aspiraciones de reelección de quienes, más mal que bien, rigieron sus destinos por cuatro años.
Por supuesto, no será nada fácil para quienes serán los herederos trabajar para construir una mejor realidad—por lo que a mí me parece que el cambio en el estilo de hacer las cosas, expresado en las urnas puertorriqueñas, será más cosmético que otra cosa, pero bueno…
Aún así, miro lo que escribí tal día como hoy, hace exactamente un año, sobre lo que fue y lo que podría ser (editado y con énfasis añadido):
“(El 2011 fue un) año en el que los agravios crecían como los hongos, aquí y allá, aún más que en el año anterior. Un año en el que la esperanza se puso a prueba, que pareció estar en su más bajo nivel. Pero también fue un año en el que quedó manifiesto que los agravios se deben reparar, que la gente está comenzando a reclamar lo suyo, que la gente está comenzando a mirar las cosas como éstas son y a exigir que se le haga justicia…. Y aun cuando a muchos de estos movimientos de protesta, las autoridades locales se la están poniendo difícil, ellos no pierden la esperanza de lograr sus reivindicaciones. Podrán haberse quedado sin empleo, podrán haberle ejecutado las hipotecas de sus viviendas, podrán haber perdido los ahorros con los que pretendían tener una jubilación decente, pero todavía les queda su dignidad. Eso, y la esperanza que tanto se dice que es lo último que se pierde.
“La misma esperanza que todos tenemos en que nuestras vidas mejoren con el año que está por comenzar. La misma esperanza que no debemos perder, bajo ningún concepto.”
Eso fue lo que ocurrió. Fue la dignidad y la esperanza lo que prevaleció en el año que está por dejarnos a la hora en que escribo esto, por encima de la mezquindad y de la intimidación. Y son la dignidad y la esperanza las cualidades que guían a través de la más fuerte tormenta, que nos ayudan a caminar por la más oscura de las noches. Y a riesgo de sonar “como disco rallado” (que por cierto, eso era lo que decíamos antes sobre los discos de pasta de acetato, aunque también resulta que los discos compactos y algunos DVD también se rallan… pero ya eso es otro tema), son la dignidad y la esperanza lo que nos ayudará a vivir nuestra vida, en el Año Nuevo 2013 y siempre.
¡Y vamos a dejar el 2012 ahí! Cuídense mucho y pórtense bien—en el 2013 y siempre.
¡NOS VEMOS EN EL 2013!
LDB
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